jueves, 31 de enero de 2008

Los chinos no existen

Una persona que ha hecho carrera en la secta de la Hasbará es Pilar Rahola, la política, escritora y periodista (estoy leyendo de su currículum, no avalando ninguna de las tres categorías) catalana que da la vuelta al mundo diciéndoles a públicos rabiosamente sionistas lo que les encanta oír: que los árabes son malos y los judíos son buenos (salvo si son críticos de Israel, que entonces también los judíos son malos).

Con un discurso de barricada, que no se permite la duda ni la equidistancia (hay ciertos lujos que uno no se puede dar cuando está en juego nada menos que la supervivencia de Israel), Rahola no analiza ni demuestra las cosas: simplemente las sabe. (El hecho de que su libro A favor de Israel haya sido publicado por una tal Editorial Certeza es totalmente simbólico en ese sentido.) Esto funciona muy bien con la secta de la Hasbará, y muy mal con el ciudadano razonable. Hace años Rahola fundó en Cataluña el Partit de la Independència, que apelaba a un discurso a favor de la secesión catalana muy parecido al que ahora pone en juego para defender a Israel; se lo recuerda por obtener los peores resultados de la historia en unas elecciones de esa comunidad autónoma española.

En un correo electrónico mi amigo Dani, el sionista, me hace llegar la más reciente invectiva raholiana en el diario La Vanguardia de Barcelona. El presidente de España, Rodríguez Zapatero, está intentando forjar una alianza de civilizaciones con su homólogo turco, Recep Erdogan, en respuesta al choque de las mismas postulado por los neoconservadores yanquis. Rahola se queja (como se quejaría de cualquier otra cosa que hiciera Zapatero que no fuera instituir un subsidio vitalicio a Israel) en los siguientes términos:

Sin embargo, ni se trata de choque, ni de alianza, entre otras cosas porque no existe ningún contraste de civilizaciones. Existen la civilización - que concibe al ser humano libre- y aquellos que quieren mantener a sus ciudadanos, escudados en excusas religiosas o ideológicas, en la pura barbarie.

Resulta que los sociólogos y cientistas políticos estaban equivocados y el mundo sí es simple después de todo. No busquemos trasfondos históricos, vínculos entre economía y política ni complejos juegos de poder (todo lo cual tendría la desventaja adicional de obligarnos a estudiar libros); el mundo se divide sencillamente entre buenos y malos. Es lo que dijo Rahola todo el tiempo en sus conferencias; algunos no le creyeron, pero ahora hay un artículo impreso que lo confirma.

Claro que, no por desconfianza, sino simplemente como juego intelectual, es posible preguntarnos si este modelo raholiano da realmente cuenta de la totalidad del globo. Tomemos Estados Unidos, por ejemplo. ¿Cómo catalogar a este país que concibe al ser humano libre fronteras adentro, y apoya las más feroces dictaduras en el extranjero? Pero no; un momento; no está demostrado que los EEUU apoyen a dictadores, sino que se trata de un infundio de la conspiración mundial de árabes, musulmanes, izquierdistas, franceses, judíos autoodiadores, agencias de noticias y Nuevos Historiadores israelíes para ensuciar el nombre del único aliado de Israel. Prueba superada.

Pero ¿y los chinos? No puede decirse que conciban al ser humano libre; un breve diálogo con el Dalai Lama nos despejará cualquier duda al respecto. Sin embargo, una ojeada a cualquier ciudad china, como esta o esta, nos mostrará una prosperidad y un afán de progreso radicalmente alejados de cualquier espíritu bárbaro. Los logros científicos, tecnológicos, educativos, diplomáticos y deportivos del país confirmarían la ausencia de barbarie.

Pero entonces tenemos un país que ni concibe al ser humano libre ni quiere hundir a sus ciudadanos en la barbarie. Como Rahola hizo la partición del mundo en esas dos categorías, tenemos que llegar a la conclusión de que Rahola está equivocada, lo cual sabemos que no es posible, o bien dejar nuestros prejuicios antisemitas de lado y aceptar de una vez por todas que los chinos no existen.

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