El padre Núñez también se opuso, pero por las mismas razones que los sionistas. En un discurso cuidado y elocuente, Núñez repite todos los clichés e ítems de Hasbará que uno se pueda imaginar. Si yo fuera el gran Norman Finkelstein, disecaría párrafo por párrafo la pieza y la dejaría en el ridículo que se merece. Pero tengo muchos menos conocimientos y, fundamentalmente, soy mucho más haragán, de modo que me centraré en un párrafo revelador.
En determinado momento Núñez advierte la necesidad de ser políticamente correcto y no condenar al pueblo árabe in toto, sino sólo a sus líderes. Escribe así:
¿Por qué no tuvieron los árabes la hidalguía de aceptar un pequeño Estado Judío de apenas 14.000 kilómetros cuadrados aproximadamente? ¿Y por qué no crearon el Estado Arabe con su población y territorio, como lo propuso la Asamblea General? La respuesta es una sola: Los caudillos árabes de entonces, como la mayoría de los de ahora, y conste que no digo pueblo árabe, porque el pueblo árabe ni entonces ni ahora fue ni es consultado ni en éste ni en ningún otro problema; los caudillos árabes, repito, no quisieron entonces ni quieren ahora aceptar una entidad autónoma, un Estado Judío democrático. (El subrayado es mío.)
De modo que los líderes árabes son culpables de no consultar al pueblo árabe en ningún tema. Pero entonces ¿cómo podemos aceptar que el Mandato británico y las Naciones Unidas tampoco consultaran al pueblo árabe de Palestina qué opinaba sobre la resolución que recomendó la partición del territorio? Si, como dice Núñez, son sólo los caudillos árabes los que no querían aceptar un Estado judío, ¿por qué no se le preguntó al pueblo árabe si deseaban un tal Estado?
La respuesta es que al padre Núñez sólo le interesaba el pueblo árabe como arma arrojadiza para usarla contra sus líderes. Al igual que la empresa sionista como un todo, nunca tuvo el mínimo interés en averiguar los deseos que ese pueblo pueda haber tenido en 1948, cuando se les forzó, sin plebiscito, un Estado judío.
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