En su posteo de hoy, Fabián traduce y cita un texto de Yaacov Lozowick cuya idea central es que los judíos, a diferencia de todos los demás pueblos, no conocen la venganza. Los pueden apalear, torturar, matar, que ellos no van a salir después a buscar la revancha. Dice Lozowick vía Fabián:
El verano de 1945 encontró a Alemania golpeada e indefensa. (...) Mientras tanto, a sus ciudades llegaban caminando cientos de miles de sus víctimas: sobrevivientes judíos de los guettos, campos y bosques. Si alguna vez pudo haber una oportunidad para una venganza iracunda justificada, fue en ese momento. (...) Aquí y allí algún judío individual reconoció a un asesino individual y tomó su vida, pero si hubo algún caso de la matanza de miembros de la familia, ha desaparecido de la memoria de ambas partes. (...) Como la historia de las comunidades judías del mundo musulmán que desaparecieron, la ausencia notable de venganza judía por la Shoah nunca se le ocurre a nadie.
Ya llevando la autoadulación al paroxismo, concluye Fabián de su propia cosecha:
Me hizo pensar en cuando devolvimos vivo, con novia y separado, y con un título universitario al terrorista asesino libanés Samir Kuntar luego de que nos devolvieran a nuestros soldados muertos, y con sus cuerpos profanados, cuando deberíamos haberlo devuelto en pedacitos. Pero nosotros no hacemos eso.
En este momento propongo al lector que abandonemos el plato volador y volvamos al planeta tierra. Tengo el gusto de presentarles a Solomon Morel, judío polaco que en 1945 se hizo cargo de un campo de concentración para alemanes en Zgoda, Polonia, con un personal administrativo fundamentalmente judío. Allí fueron torturadas, hambreadas y asesinadas hasta 1.538 personas: no oficiales de las SS, ni afiliados nazis, sino mayoritariamente alemanes comunes, sobre todo de las regiones polacas de habla germana. Ver aquí para mayores detalles.
Este degenerado no actuó en solitario. En “An eye for an eye”, John Sack demuestra que en la Polonia de la posguerra agentes estatales de origen judío (los judíos ocupaban las tres cuartas partes de los cargos de la Oficina de Seguridad) establecieron 1.255 campos de concentración para civiles alemanes — hombres, mujeres, niños y bebés. El número de muertes infligido a la población civil alemana ha sido estimado entre 60.000 y 80.000. En ese mismo libro Sacks aporta testimonios irrefutables en el sentido de que Morel y sus secuaces explícitamente declararon liquidar a los alemanes en venganza por los crímenes nazis contra los judíos.
Pero por supuesto, el sionismo repudia a Morel, ¿correcto?
Incorrecto.
En 1993, Polonia inició un proceso judicial contra Morel. La bestia huyó a Israel cuando se presentaron en su contra cargos de crímenes contra la humanidad, que como se sabe no prescriben. Israel (y espero no shockear al lector con la sorpresa) se negó dos veces a extraditarlo: ¿cómo va a ser genocida alguien que... bien, que es judío? Actualmente Morel vive sus días finales plácidamente en Tel Aviv. No se conoce el caso de un solo intelectual israelí o sionista que haya reclamado a Israel una rectificación de su escandaloso comportamiento en el caso Morel.
Uno puede entender tanto a Fabián como a Lozowick porque probablemente fueron criados por sus bobes en la teoría de que “los judíos no hacen estas cosas”. Pero los judíos, dadas las condiciones adecuadas, son capaces de las mismas atrocidades que cualquier otro grupo humano.
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